domingo, 2 de julio de 2017

LA CONSCIENCIA ES INFINITA
Mi cuerpo sangrante anunciaba la llegada del Hombre, cuya cabeza apuntaba directamente a la tierra madre. No había ni la más mínima partícula de desorden en mi parto. ¡Todo era perfecto! Mi cuerpo paseaba sobre el vaivén de las contracciones, convirtiendo los dolores en poder y amansándome para la venida de la Iluminación. Mi diosa interna renunciaba, lentamente, a todas las vicisitudes del mental y todo lo que vino después solo era Luz, porque así es el nacimiento: Luz de Vida.
Mi marido me acompañaba en el trance poderoso de parir en la Iluminación, parto vigoroso que causó también en él, el Gran Despertar. Nacimos los tres, nacimos en la Iluminación, volvimos a ser Reales, reales como en la concepción; volvimos a ser dioses, así como lo somos todos en el vientre de la madre y volvimos a ser poderosos, como lo es el bebé en el momento de su nacimiento. Fue él quien guió su venida al mundo; él nos enseñó a amar desde las profundidades de nuestras entrañas, nos enseñó a Ser, con la Luz del Gran Saber; nos enseñó a ser libres, con la Verdad por delante, a ver con la impecabilidad de la voluntad. Él nos enseñó la Realidad, la Consciencia, el Infinito, donde todo es perfecto, donde la balanza se conforma de luz y de armonía, de paz y de verdad, de risa y de felicidad, de gozo y de supremacía, de nacimiento y de vida.
Por eso estoy aquí, alumbrando la vida a la altura de la Verdad, alumbrando la vida en la condición absoluta del Yo Soy, Gran Esencia de Luz donde no se acepta la forma decadente de la persona ignorante, donde se abandona la cognitividad del pensamiento, donde uno se encuentra con la plenitud de su existencia.

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